Cuántas veces nos encontramos en la situación en la que tenemos que sobrellevar un dolor, una cruz. ¡Cuánto nos cuesta llevarla! ¡Cuánto nos cuesta no rendirnos! Es difícil. Y más si pensamos en cargarla solos, cuando sabemos que más fácil sería pedir ayuda a nuestros amigos o a Dios.
Pero ahora me pregunto y les pregunto a ustedes, ¿Cuántas veces no nos toca cargar esa cruz sino estar al pie de ella? ¿Qué tan común es esa situación? ¿Qué reacciones o actitudes tenemos frente a esa situación? Yo creo que es una situación común; que es parte de nuestra vida ser como el Cireneo que ayudó a Jesús a cargar la Cruz. Pero creo también que es importante que reflexionemos un poco sobre nuestra actitud al tener que ser nosotros los que vemos el sufrimiento ajeno. Durante nuestra vida tenemos muchas oportunidades en las que justamente nos demandan eso, estar ahí acompañando al otro, viviendo su sufrimiento, pero siendo lo suficientemente fuertes para poder así ayudar a que también él lo sea. En mi experiencia personal, cuando me pasa ese tipo de situaciones recurro a María y analizo su actitud ante el sufrimiento de su Hijo. Ella estuvo al pie de la cruz, acompañando a su Hijo ante su sufrimiento. Ella ahí nos enseña a ser fuertes, a seguir caminando con la frente muy en alto, a tener toda nuestra confianza puesta en el Señor. Mientras a su Hijo lo mataban, ella estaba tal vez en el momento más difícil y duro de toda su vida; pues su hijo moría. Ella ahí en vez de huir, de esconderse, de desconfiar, de insultar o reclamar por los maltratos por los que estaba pasando su Hijo, amó; a su Hijo, a los que lo condenaron, maltrataron, y a nosotros. Fue fuerte por Él, porque sabía que tenía que hacerlo, sabía que por Él podía y tenía que hacerlo. Por eso en vez de estar desconsolada y desesperanzada fue fuerte y mantuvo su confianza y su esperanza. Y además de estar al pie de la Cruz y de estar cargando al mismo tiempo una cruz ella (la de ver a su Hijo morir), se hizo cargo de lo que Jesús le había encomendado: ser nuestra Madre. María tuvo la conciencia suficiente de saber que tenía una misión en este mundo y que no vino a vivir la vida a su manera, sino a cumplir esa misión; teniendo la mejor actitud no sólo frente al sacrificio de su Hijo, sino frente a todas las circunstancias de su vida, desde algo tan sencillo como avisarles a unos sirvientes que hagan caso a su Hijo, hasta algo tan duro como descolgar su cuerpo de la Cruz. María sabía que tenía que luchar y no huir, y que el dolor no la iba, ni tenía que vencer.
Ahora yo digo ¿No es admirable esa actitud? ¿No quisieran ustedes tener esa disposición? María nos demuestra que se puede tener esa postura, que podemos ser fuertes ante nuestras cruces y ante las cruces de otros. Nos enseña la importancia de tener esa actitud, de luchar por el Señor. Si María pudo, ¿por qué no nosotros? Es verdad que tenía mucha gracia sobre ella pero al fin de cuentas era humana y, por eso, si ella pudo nosotros también. Pero como ella nos dice, eso sólo se va a poder hacer si tú quieres, si amas, si te atreves a ser verdaderamente fuerte y a confiar plenamente en el Señor.
Begoña Aliaga, 16 años
De "Páginas BuscándoT", año 3 #9